Vuelvo a Lisboa. Sé que se ha remozado, como rejuvenecido, pero no es esa aparente juventud la que me ha cautivado. Los que le dan ese porte señorial, ese sello de aristocracia urbana son sus antiguos monumentos, su aire decimonónico subiendo del estuario hacia arriba por la Avenida de la Libertade.
Y lo que tiene perfume de verso de Pessoa es el hálito que sale de alguna pequeña puerta abierta con su gentes ante ella, cuando subimos a pie por las calles de vocación vertical camino del Castillo de San Jorge. Es la misma vocación de las calles de mi Trinitat Nova aunque aquí transitamos de prisa.
Estas gentes no nos conocen, pero nos saludan, no nos preguntan, pero saben de dónde somos. Y nosotros no les preguntamos cómo están, pero no hace falta: están bien y en calma, no en tránsito. Nos lo dice la tonada que nos llega desde el interior de una casa desvencijada: es un fado que parece triste pero no le es, desgrana simplemente los sinsabores de un amor perdido.
José Bretones Salinas
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